miércoles, 22 de marzo de 2017

¿Sabías tú que no existe animal obeso en la naturaleza?

Así es, no existe en la naturaleza salvaje ningún animal obeso a excepción de uno: el hombro. Piensa en algun otro, podría ser un elefante o un hipopótamo, pero es que todos tienen la misma contextura. No vamos a encontrar diferencias significativas entre dos de ellos. Las pirañas que abundan en los ríos del Amazonas de Venezuela y Brasil, que tienen fama por su voracidad, que destrozarían en minutos a una res que cayera al río, ninguna es más gorda que la otra; cada quien come su parte y listo. Lo mismo podemos observar en las aves; los pajaritos que se acercan a tu ventana por las mañanas, le pones comida, ellos tomarán un poquito y se marcharán a otro lugar; de esta manera tendrán una fuente de alimento inagotable.

¡Mientras los animales comen para vivir, el hombre vive para comer!

¿Por qué no existe un animal obeso? ¿Cuál es el factor que impide que existan animales obesos en la naturaleza?

La respuesta es el miedo. El miedo a engordar y a estar pesado para moverse; en consecuencia, ser victima de sus depredadores. Es por eso que por ejemplo, un venado o un antílope mientras está bebiendo agua en la orilla de un riachuelo, estará mirando para todos lados y al menos ruido a su alrededor, brincará y correrá despavorido. Lo mismo harán las aves. Al igual que todos los herbívoros, a ellos les beneficia tener los ojos ubicados en las laterales de la cara. Este es un secreto de la madre naturaleza que les confirió un mayor angulo de visión para poder escapar de sus depredadores, y tú te imaginas ¿qué pasaría si ese venado se comiera todo el pasto de la pradera, que además lo tiene gratis a su disposición?

Lo mismo ocurre con las serpientes: una traga venado, animal de sangre fría, es capaz de comerse un lechón si quisiera, pero usualmente se comerá un ratón o una pequeña ave distraída, una que necesitaría mucho tiempo, quizás un mes, para digerir la osamenta de un cochinito, por ejemplo, y durante todo ese tiempo ella estaría indefensa ante su depredador: un ave de rapiña.

De manera que el único animal obeso que encontraremos es el hombre y los animales que él ha domesticado.
Con el proceso de domesticación el humano sociabilizó demasiado con las mascotas, al punto que les elimino el miedo. Ya los cachorros no necesitan ir a cazar para sobrevivir, ni preocuparse por el depredador ni siquiera por el otro macho congénere de la manada, y se ponen tan gordos como sus amos porque el dueño, para justificar su glotonería, dice: "¡Ay! pobre Pancho, debe tener hambre", y le da una galleta, mientras ella o él se come las otras cuatro. O te preguntan: "doctor, ¿qué puedo hacer, si él me habla y me las pide?" Esto es algo que escuchamos muy a menudo en la clínica. Resulta difícil ver a un perro obeso y que el dueño sea una persona flaca; no es que no exista, pero suele no ser frecuente.


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